Recipientes de barro cocido con una capacidad de unos 26 l. destinados en la antigüedad al transporte de aceite y vino. Se conservan en los museos como objetos de curiosidad. No se sostienen en el suelo, ya que acaban en punta, y se clavaban en la arena de las playas a la espera de ser cargadas en barcos para su transporte. El vino se sellaba con tapones de corcho, cuyo uso desapareció durante siglos y se sellaba para que no fuera manipulado. Hoy se da esta forma a vasijas de porcelana, cristal, plata etc., como artículo de lujo para las casas.